Diego Igeño Luque.
Con el fin de la guerra civil, no llegó ni mucho menos la paz, sino la victoria; una victoria que consistía en exaltar los valores de la nueva España y favorecer a sus defensores, al tiempo que se percutía contra quienes defendieron de palabra u obra al fenecido régimen republicano. Sobre estos, la garra represiva del franquismo fue implacable y conoció varias vertientes: el aniquilamiento físico, mediante el fusilamiento, el garrote o la ley de fugas; la pérdida de libertad en cárceles y batallones disciplinarios, las sanciones económicas y/o las confiscaciones, el exilio –casi siempre acompañado por el internamiento en los campos de la vergüenza franceses; a veces, en los campos de la muerte alemanes-, la marginación social de excombatientes, viudas, huérfanos, etc. del bando perdedor, el adoctrinamiento religioso y la imposición de los valores del nacional-catolicismo –por ejemplo, se obligó a pasar por el altar a quienes sólo habían ido al Registro Civil, a bautizarse a quienes no lo estaban y se anularon los divorcios de la República con lo que se dio la paradoja de que quienes estaban separados “de iure” volvían a estar casados con su ex y que quienes habían vuelto a contraer matrimonio con una nueva pareja estaban ahora “concubinados” al tener dos cónyuges-. Se trataba, en definitiva, según indica el historiador británico Stanley G. Payne de llevar a cabo una profilaxis social y política a escala nacional.
La privación de libertad fue, como hemos dicho, una de las caras que ofreció el aparato represivo de la Dictadura. En el estadio actual de nuestras investigaciones, no podemos cuantificar en su totalidad todos los aguilarenses que pasaron por las cárceles, campos de prisioneros, batallones disciplinarios, etc. España se convirtió al finalizar la contienda en una enorme prisión donde se vivió el triste penar de quienes habían perdido la guerra y la paz. En expresión de Francisco Moreno Gómez, los detenidos fueron castigados a un “turismo carcelario” que les llevó a peregrinar de uno a otro rincón de nuestra geografía patria.
En cualquier caso, antes de sumergirnos de lleno en ese contenido específico, debemos subrayar un caso de “topo” que hemos podido documentar: el del concejal socialista durante la II República Juan Linares Rosa. Según testimonio de uno de sus nietos, Pedro, estuvo escondido en su casa, situada en la calle San Cristóbal, en una especie de alhacena camuflada con un pequeño mueble delante. Fueron muchas las ocasiones en que la Guardia Civil importunó el hogar familiar, preguntando a la esposa por el paradero de su marido, a lo que esta siempre respondía que no lo sabía. Pasados unos años, Juan Linares puedo salir de su encierro, parece ser que por la mediación de un sargento de la Guardia Civil. Miembros de este cuerpo, habían quemado en los primeros días del golpe en el patio de la casa la biblioteca de este destacado dirigente. Como siempre, los libros, la cultura, suelen ser considerados enemigos por los intransigentes. Se da la triste paradoja de que un hermano de Juan, José, murió en el frente luchando en las filas de los sublevados.
Seguimos nuestro recorrido, recogiendo los nombres de varios aguilarenses que purgaron en las cárceles su compromiso político. Hace tiempo, en una visita a la actual Prisión de Córdoba, pudimos consultar las fichas de algunos de los que se habían visto allí encerrados: Manuel Cuélliga Toro, Manuel Caballero Barón y Juan Conde Navarrete, entre otros. De este último, se remite un informe del Ayuntamiento a la Comisión Provincial del Clasificación de Presos de Alicante en que se señala su papel directivo como militante comunista y que se distinguió por sus actividades contra el Movimiento Nacional. El citado Moreno señala, por otra parte, que en ese recinto carcelario fallecieron a los 44 años el jornalero Cristóbal Jiménez Sevillano y el panadero José Sotomayor Palma. Pero también hemos recuperado la identidad de paisanos en las cárceles de Barcelona, Burgos, Lérida, San Sebastián, la militar de Mota, Logroño, Vitoria, Tarragona, Salamanca, Valladolid, Málaga, entre ellos, señalaremos solamente el nombre del exconcejal socialista durante la II República Antonio Romero Jarabo. En fin, poblando los establecimientos penitenciarios de toda España.
A una pena diferente fue condenado durante la posguerra José Varo Castro, confinado en 1940 a El Guijo y a Hinojosa del Duque. El delito: la actitud de rebeldía e insubordinación contra disposiciones y acuerdos de las autoridades de este pueblo.
Es este el primero de los capítulos que dedicaremos a la represión. Como vamos viendo –y tendremos la ocasión de seguir demostrando en próximas colaboraciones-, después del 1º de abril de 1939, no hubo, como había deseado Azaña en 1938, ni paz, ni piedad, ni perdón.
[Continuará]