
Diego Igeño
La expulsión de menores marroquíes por un gobierno progresista me ha hecho pensar que la pérdida de la memoria es un mal extendido en demasiados sectores de nuestro país, incluso en algunos de los que se consideran “avanzados”. Y no me refiero solamente a la memoria histórica y/o democrática. Por una vez me van a permitir que rompa mi guion habitual y me refiera a otra memoria olvidada (valga el oxímoron): la que nos habla de que durante buena parte del siglo XX España fue un país de emigrantes. Gentes de las zonas más deprimidas, entre ellas nuestra pisoteada tierra andaluza, pero también Galicia o Extremadura, hubieron de hacer las maletas para “buscarse las habichuelas” allende las fronteras de su patria chica. En unas ocasiones a territorios nacionales más desarrollados, generalmente Madrid o Cataluña, aunque también el País Vasco, Levante y Baleares. En otras, al extranjero: Alemania, Suiza, Francia, Bélgica, etc. Nuestra flaca e interesada (des)memoria ha hecho que hoy, instalados en un falso bienestar en esta inestable sociedad de la opulencia en la que, sin duda, somos cola de león en el contexto internacional, hayamos olvidado que cientos de miles de nuestros compatriotas hicieron el hatillo en busca de un mejor futuro (como ahora hacen tantos de los que entran en España) y para mandar sus menguados ahorros a sus familias.
Aguilar fue un pueblo que padeció la emigración como tantos otros, sobre todo a partir de los sesenta. El pico histórico poblacional de algo más de 16.000 habitantes bajó a alrededor de 12.000 en apenas una década. Todas, absolutamente todas, las familias aguilarenses tenemos (o tuvimos) algún emigrante en casa. En mi caso concreto, la rama completa de mi madre, incluidos sus padres, partieron en las primeras oleadas a Cataluña a finales de los años cuarenta y primeros cincuenta. Por ello, la mayor parte de mis primos hermanos y todos sus descendientes son catalanes. A pesar de ello, contamos en el pueblo con algunos cachorros de Vox y otros muchos sin filiación política confesa -pero mentalidad claramente reaccionaria- que lucen con orgullo actitudes racistas y xenófobas. Para que conozcan un capítulo más de nuestro rico pasado, queremos iniciar una serie en la que presentemos a los protagonistas de esa emigración con sus nombres y apellidos. Muchos acabaron echando raíces en sus nuevos destinos; otros, por el contrario, terminaron por regresar a su hogar natal. Estoy seguro de que todos aprenderemos con sus testimonios. Porque, ¿para qué, como decía Alain Resnais en Hiroshima monamour, negar la evidente necesidad de la memoria?