“El lago” que unió pasado y presente

Diego Igeño

Tiempo: cualquier noche del invierno de 1978. Lugar: Mesón Poley en calle Santa Brígida. Nuestro protagonista, un joven estudiante de quince años, está pasando el rato con su pandilla al calor de unas cervezas. La vieja máquina de discos repite una vez más una canción que no le gusta nada por su ritmo aflamencado y que seguro que no la ponen sino los catetos. El flamenco es cosa de viejos, piensa. Él se siente un roquero “moerno”, seguidor de Asfalto, Leño, Bloque, Ñu,Tequila y grupos como Deep Purple, Creedence Clearwater Revival y, sobre todo, Los Beatles. Pregunta y le dicen que cómo es posible que no conozca “El lago” de Triana y, lo que es peor, que cómo es que no le gusta esa banda. Los oídos le chirrían. Su gusto no está educado en esas extravagancias sonoras. Pronto, sin embargo, descubre que está oyendo una de las canciones más radiadas del grupo pionero de lo que se conoce como rock andaluz, un estilo fusión entre el rock sajón, el flamenco y el folk, interpretado por una personalísima voz, la de Jesús de la Rosa. Escucha con los amigos los dos primeros elepes de los trianeros, dos joyas que, vistas con la perspectiva del tiempo, son de lo mejor que se ha editado en España: “El patio” (1975) e Hijos del agobio (1977).

Tiempo: 4 de septiembre de 2021. Lugar: anfiteatro del Castillo. Nuestro anterior protagonista es ahora un carroza nostálgico y barrigón que se educa con ABC y no con El Papus, parafraseando a Leño. Con los mismos amigos con que compartía tertulias en el mesón está ahora preparado para escuchar un concierto homenaje al rock andaluz, interpretado por el grupo malagueño-sevillano Noche andaluza, Y empieza, como en un bucle que une pasado y presente, con “El lago”. A partir de ahí se desparrama un programa que repasa el repertorio de los sevillanos, de Alameda, de Cai Califato Independiente, Guadalquivir, Mezquita y los eternos, por lo duraderos, Medina Azahara. Como rarezas aportaron un rock de Miguel Ríos titulado “Al-Andalus”; una canción que presentaron como punto de arranque del rock con raíces, una versión-coña de “El garrotín” grabada en 1971 por el grupo sevillano Smash de Manuel Molina; de este junto a Lole “Nuevo día”; y también se pasearon por el anfiteatro los sones del icónico Camarón con “El corazón del sueño”. Y todo con un grupo sencillo de buenos músicos, compuesto de batería, bajo, guitarra y teclado-voz, que se aderezó con la incursión tardía de la guitarra española que vibró mestiza con quejíos flamencos y aires roqueros, al tiempo que nos hablaba de libertad, de la luna y el sol, de puertas que se abren, de corazones, de amores y desamores. Con el acierto de las coplas seleccionadas, aseadamente interpretadas, fueron metiéndose a un entregado público en el bolsillo. Entre todos, consiguieron que la noche del sábado fuera mágica y que la luna y los luceros se asomaran emocionados a escuchar unas melodías arraigadas en esta bella tierra andaluza que desafortunadamente solo fueron una nube de verano que no halló la continuidad deseada en los tiempos que siguieron, protagonizados de forma machacona por la muy publicitada Movida madrileña. La trágica muerte de Jesús de la Rosa hizo el resto (aunque desde mi modesto punto de vista Triana hacía tiempo que no era lo que había sido). Todos, por otra parte, lamentamos tener que vivir tan inolvidable velada alicortados con mascarillas, atornillados al sillón y de secano cuando los cánones obligan a hacerlo con un cubata en la mano, exhalando humos de todos los colores y descoyuntándonos con los ritmos de la trepidante música que nos enraíza en el sentir andaluz.

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