Sierra.

El cofrade medio, que es el más común de los cofrades, desconoce, los más jóvenes, que la historia en general y la de las cofradías en particular se construye uniendo eslabones de una cadena que viene de muy antiguo y se proyecta al futuro con las mismas formas, es decir, todo lo que hoy somos en Semana Santa se lo debemos a quienes nos precedieron en esta bendita locura.

 Actualmente las hermandades se hallan en la disyuntiva de tener que tomar un camino en el devenir de su Historia; un camino del cual, con antelación, no se atisba claramente su final. Hay síntomas claros y evidentes de que estamos ya o se divisa en el horizonte más inmediato una crisis cofrade que puede cobrarse un peaje considerable. No conocemos su alcance, y quizás por las fortalezas que tiene actualmente las cofradías, su incidencia no sea tan dramática como ocurrió en otros tiempos, pero deberíamos asumir más pronto que tarde que tenemos que abrir más nuestras puertas o serán muy pocos las que las crucen.

El mundo cofrade necesita más que nunca de emprendedores que, como ocurrió en los años ochenta,  sean capaces de no hacer las cosas como siempre se han hecho, y así tomar con fuerza el timón que se les encomienda al ser elevados al cargo de Hermano Mayor. Pero me temo que esto no va solo de hermanos mayores, va, y mucho, de quienes han regulado hasta el extremo de reducir tanto el atrio de la iglesia -donde se acogía a la masa que profesaban la fe del carbonero-,  que ahora quedan muy pocos para entrar en ella (en las cofradías sí es importante la cantidad).

Quizás esta reflexión haga que los cofrades amantes de lo puramente tradicional -en castellano antiguo, rancios- se echen las manos a la cabeza, pero el tiempo está dando la razón a quienes ya advertimos que el “Estatuto Marco” sería el ojo de aguja que limitaría la llegada de nuevas generaciones de cofrades, necesarios para pasar el relevo y crear nuevos eslabones en este encadenamiento humano.

Y no es solo el problema de los costaleros, que también. La traba mayor se da en la reposición de las juntas de gobierno, donde, desde hace años, es cada vez más difícil encontrar componentes, y sobre todo candidatos al cargo de hermano mayor.

Esto no es nuevo. Al contrario, viene de lejos. No en vano,  estamos abocados a mirar a la cara a la realidad, conocedores de que el cambio no va a ser fácil: si se mantiene la rigidez para admitir a nuevos cofrades (certificados de bautismo, de confirmación, divorciados, parejas de hecho, segmentación ideológica, etc,), no habrá solución. Todo lo contrario, cada vez seremos menos.

Nadie niega ya la triste tendencia que padece nuestra Semana Santa. Sencillamente podemos afirmar que faltan demasiadas manos. ¿Cuál es la causa del problema? En verdad, cabría citar muchas, tocantes unas a lo social y otras a lo individual. Lo que parece innegable es que esta evidencia reviste ya visos muy oscuros y descorazonadores.  Me temo que en unos años, cuando la generación actual se retire, seremos conscientes de las consecuencias nefastas que esta situación traerá consigo.

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