
Cuando llegó a mis manos esta fotografía, hace ahora varias semanas, reconocí en seguida a uno de esos hombres que forma parte de mi memoria. De ese espejo a lo “Cinema Paradiso” en el que me miro para entender quién soy. Podría haber sido uno más de los muchos curas que pastorearon nuestro pueblo en la segunda mitad del siglo XX, pero, aunque por mi poca edad tuve escasa relación directa con él, nunca podré olvidar que fue siempre, al menos para algunos, un hombre que ayudó a pensar, a cuestionar, a debatir, aun cuando eso llevara a otros jóvenes justamente al lado opuesto de donde él estaba.
Su juventud e innovación en permanente contradicción de lo que era típico y tópico sobre la forma de vestir y actuar de los viejos sacerdotes, llevó a que se le conociera con el alias del “cura ye-ye”. Para algunos jóvenes contemporáneos fue un referente sobre lo que luego me di cuenta que era la actitud intelectual por excelencia, o sea, la duda. Puede parecer hasta paradójico que fuera un sacerdote católico, en un pueblo tan barroco y tradicional como el nuestro.
Don Sebastián, con ese “don” inevitable del que siempre han hecho gala los patriarcas, pero que en su caso respondía más bien a un sentido de la autoridad que poco tenía de vertical, fue un cura que es parte de la memoria de los que eran jóvenes en la década de los setenta.