Pudo ser el año 1966 cuando se tomó esta bonita fotografía de una remozada banda de música que recorría las calles compañando a la procesión del Resucitado en la mañana del Domingo de Resurrección, encabezada por su director, Don Sebastián Valero, que desde hacía ya más de una década regía la institución musical más antigua y popular de la población.

En ella se veían aguilarenses que a lo largo de décadas habían estado estrechamente relacionados con la actividad musical de la localidad: Frasquillo, Chamamé, Rafaelito, Cosano, el Conejo, Colín y un largo etcétera de nombres y apellidos que han sido el sostén de la entidad a lo largo del siglo XX.

A este conjunto de veteranos músicos le acompañaba una pequeña legión de jovencísimos mozos que se habían iniciado en el noble arte de aprender solfeo y la práctica de un instrumento, integrando las filas de la Banda de Música de Aguilar y constituyendo el eslabón necesario para haber proyectado la vida de la institución musical hasta nuestros días.

Amantes de la música que colaboraron con el despertar de aquella nueva etapa musical de la banda y que animaron a otros jóvenes a internarse en el mundo tan especial de la música.

Este aprendizaje fue posible gracias al entusiasmo del maestro Valero, cuyo recuerdo sigue muy latente entre todos nosotros. Sirvan estas líneas para reconocer a todas las personas que han hecho posible, durante más de un siglo, que los pentagramas y ecos musicales hayan recorrido las calles y plazas de nuestro pueblo; manteniendo una tradición musical cuyas referencias históricas se adentran hasta el último cuarto del siglo XIX como banda municipal, y mucho más antiguas si nos retrotraemos a las bandas independientes que contrataba el Ayuntamiento desde el siglo XVIII.

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