Los atardeceres tienen algo mágico que nos atrapa y que nos obliga a detener todo lo que estamos haciendo, así sea durante un minuto, para ver cómo los tonos naranjas y rosas rodean ese disco solar que llamamos Sol e inundan de energía el cielo de un día que está por terminarse. Es un acontecimiento que, si bien sucede todos los días, no cesa de sorprendernos y es porque el ocaso contiene algo mágico y precioso que no llegaremos nunca entender del todo, pero que nos llena de energía. Al verlo, toda esa fuerza lumínica que está por apagarse nos invita a reflexionar sobre el estado de la vida, sobre cómo todo tiene un final y cómo este final no es algo determinadamente malo.
Atardeceres espectaculares donde la luz solar retoza sobre alguna nueve tempestuosa que, rezagada de la tormenta, cruza el horizonte del pueblo, tal como muestra esta bella toma capturada por Manuel Castro Aguilar-Tablada.