Vicente Núñez, glorificado en la escultura que eterniza su presencia en la Plaza de San José, nos retrotrae en un crepúsculo triste y lluvioso de invierno al imaginario del tiempo transitado en la infancia del poeta, sobre la que se cimienta su obra más telúrica. Aquellos días terrestres en los que Vicente rememoraba las estampas de su niñez y adolescencia.

Vicente Núñez en torno a la mesa del Tuta narrando su Ocaso en Poley en el que relata la vida cotidiana en el cosmos octogonal donde contemplaba fascinado el paso del tiempo saboreando el elixir de los dioses.

Fotografía: Juan Antonio González Delgado

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