
En blanco y negro, con el paso del tiempo grabado en cada esquina del papel, una fotografía del curso escolar 1967-1968 nos devuelve a una época ya lejana, pero aún viva en la memoria de muchos. Tomada en el patio de las antiguas escuelas situadas en la cuesta de la Parroquia, esta imagen reúne a un grupo de alumnos en torno al maestro montillano, don Antonio Ordóñez, figura muy querida y recordada por generaciones de estudiantes.
La instantánea, sencilla y cargada de historia, nos permite asomarnos a los años sesenta del siglo pasado, tiempos marcados por la sobriedad, el esfuerzo y la cercanía de la comunidad escolar. En ella, los niños posan formales, quizá algo nerviosos, ante la cámara. El maestro, de porte sereno, aparece en el centro de la imagen, símbolo de autoridad, pero también de compromiso y vocación docente.
Al fondo, se aprecia claramente el edificio que albergaba la escuela: el antiguo Pósito, una construcción de siglos atrás adaptada como Escuela Nacional a finales del siglo XIX. Este edificio no solo es un testimonio arquitectónico de la historia local, sino también un lugar de aprendizaje, sueños y vivencias compartidas. Allí se formaron varias generaciones bajo el mismo techo que en su día sirvió para almacenar el grano del pueblo, en tiempos de necesidad.
La fotografía no solo inmortaliza un momento escolar, sino que también sirve como documento visual de un tiempo en que la enseñanza era profundamente personal, donde cada maestro conocía a fondo a sus alumnos y las aulas eran verdaderos núcleos de convivencia. Don Antonio Ordóñez, como muchos maestros rurales de su tiempo, desempeñaba una labor que trascendía lo académico: educaba en valores, fomentaba el respeto y abría ventanas al mundo desde una pizarra y un mapa.
Hoy, al contemplar esta imagen, no solo recordamos rostros y nombres, sino también una forma de vivir la escuela que ha dejado una huella imborrable en la historia de nuestro pueblo.
Foto cedida por Manuel Llamas León



