Conserva el registro catastral de nuestro pueblo un variado y rico índice toponímico para designar los distintos parajes y pagos agrarios que conforman el término municipal, Muchos de estos nombres se originaron en el génesis de nuestra historia, y otros, como los que vamos a conocer con más detalle, provienen de variaciones o alteraciones posteriores.
Esta diversidad tiene como característica el tomar el nombre, la mayoría de ellos, de elementos físicos o geográficos (naturales o artificiales), existentes en el lugar. También fue usual utilizar los nombres o apellidos de los propietarios para designar los pagos, o para adjetivar accidentes geográficos como: montes, arroyos, cerros, caseríos, etc. En otros ejemplos, el origen de los léxicos se relaciona con circunstancias que tuvieron que ver con el emplazamiento al que se le adjudicaron. Tal es el caso de dos apelativos que han despertado en mí una curiosidad especial por conocer su etimología.”: La Cuesta de los Musiqueros” y “La Viña del Terremoto”.
Con el primero se identifica al segundo repecho o pendiente existente en la Carretera de Moriles (carretera vieja), y según contaban los ancianos, su origen se relaciona con la desaparecida costumbre de reunirse en este lugar los mozos -durante la “ temporá” o “vará” de “casinoche”-, cuando venían al pueblo “a música”[1], para volver juntos a los cortijos o casillas que los acogía temporalmente.
La segunda tuvo un origen menos melódico, y nos remite a una de las catástrofes naturales acontecida en Aguilar en el pasado siglo –el terremoto que sacudió la población el 5 de julio 1930-, y las consecuencias que de él se derivaron, relacionadas con la honorabilidad de uno de los alcaldes que rigieron la vida Municipal durante la Segunda República.
El temblor de tierra provocó numerosos daños materiales en el conjunto del casco urbano, agravando la extrema pobreza que padecían la inmensa mayoría de los vecinos, inmersos en las cíclicas hambrunas padecidas por los jornaleros, derivadas de las crisis agrarias que generaba el monopolio caciquil de la propiedad de la tierra. Ante tan aciago panorama, la coyuntura política le fue favorable, por una vez, a Aguilar, ya que uno de sus hijos, José Estrada y Estrada, ostentaba la notoriedad de ser el ministro de Gracia y Justicia de la época.
En ese tiempo ocupaba la alcaldía uno de los personajes que protagonizaron la vida socio-política de Aguilar durante del primer tercio del siglo XX, Alfonso Berlangas Cabezas, avispado político que rigió los destinos del pueblo en tres etapas distintas dentro del periodo señalado, y con tres regímenes políticos diferentes (durante la Restauración, en 19189-1919, en la “Dictablanda”, 1930 -1931, y en la Segunda República 1936), habiendo sucedido el hecho que relatamos durante el periodo intermedio.
El 9 de abril de 1931, Alfonso Berlanga tomaba posesión por segunda vez de la alcaldía, aceptando la responsabilidad con un discurso lleno de buenas intenciones, exteriorizadas en sus palabras: llevado de sus mejores pensamientos y sana conducta pensaba conducirse como correspondía a la nobleza de sus paisanos. Mis años de político me han enseñado que no hay más lema que paz y moralidad al que en todo momento he de rendir el homenaje merecido[2].
No disfrutaron los aguilarenses del sosiego pretendido por el citado alcalde en ese tiempo, ya que las continuas disputas entre patronos y obreros, a cuenta de la precariedad existencial de los últimos, marco el periodo con altercados, huelgas, etc. La convulsión social se agravó con las secuelas de penuria que dejó el terremoto en las clases menesterosas. Ante el drama humano que se vislumbraba, la Corporación Municipal constituyó una comisión encargada de recaudar fondos para atender los casos más sangrantes de miseria.
Entre las vías de ayuda se acordó interceder ante el ministro aguilarense, quien había dado muestras de apoyo a sus paisanos en la visita realizada a la población el 24 de mayo de ese año. La iniciativa fue atendida por gobernante quién, en una nueva visita al pueblo, realizada varias semanas después del terremoto, el día 23 de agosto, prometió a las autoridades que consignaría 40.000 pts para los damnificados y mandaría fondos para la reconstrucción del Asilo, uno de los edificios públicos más dañados[3].
No dudamos de la moralidad con que el alcalde (segunda cuestión resaltada en su discurso de toma de posesión), gestionó los fondos recaudados para dicho fin, ya que no contamos con datos que permitan enjuiciar su hacer en esta cuestión. Por el contrario, el acervo popular, ante la duda del empleo que se le dieron, no tardó en adjudicar el sobrenombre de “La Viña del Terremoto”, a la finca adquirida por el citado alcalde en el paraje de “Madre Vieja” poco tiempo después de suceder los hechos relatados. Seguro que muchos de sus contemporáneos pensaron ¡cuando el río suena!. Y es cierto que el río sonaba porque pasaba y pasa muy cerca del lugar.
Lo cierto es que estas circunstancias provocaron la denominación “popular” de la citada viña, siendo así reconocida por las generaciones siguientes. Todos esos topónimos, que antaño fueron de uso común para la mayoría de los vecinos del pueblo por su trasiego en las labores y faenas agrícolas, han caído en desuso, hasta el extremo de que son totalmente desconocidos para los más jóvenes. Aún así, forman parte del patrocinio cultural inmaterial de nuestro pueblo y deberían ser conservados, al menos documentalmente, señalándolos en un mapa geográfico del término municipal .
Antonio Maestre Ballesteros
[1] Así se denominaba el hecho de venir al pueblo a pasear o ver a la novia (pelar la pava), circunstancia que se relacionaba con escuchar los concierto de la Banda Municipal de Música en el Llano de las Coronadas, concluidos los cuales se reunían los mozos para volver juntos y andando al lugar de estancia temporal respectiva.
[2] IGEÑO LUQUE Diego. Dictablanda y II República en Aguilar de la Frontera (1930-1936), p. 32. Ilustre Ayuntamiento de Aguilar de la Frontera.
[3] Ibidem.