¿Os ha ocurrido alguna vez que os coloquen una etiqueta? Es como una epidemia. Llega casi sin darte cuenta y cuando quieres darte cuenta se ha propagado hasta el infinito. Los síntomas son claros: de pronto personas que antes os saludaban, dejan de hacerlo. Los que alababan vuestros hechos, los critican. Quienes antes os respetaban, ahora os desprecian.

Y lo peor de todo es que esta “enfermedad” no parece tener cura. Es vano que intentéis siquiera combatirla. Ya estáis marcados para siempre, hasta la muerte. Así que si os sucede, os aconsejo que no pongáis empeño en las cosas que hacéis. Sean las que sean ya no serán tenidas en cuenta por su valor, sino por la etiqueta que os han puesto. No os preocupéis por hacer nada bien. Olvidaos de todo: del pueblo, de vuestras aficiones, de vuestros sueños ¿Para qué? Hagáis lo que hagáis siempre será malinterpretado. Si, por ejemplo, en las páginas de este periódico publicáis una foto-denuncia, dirán: “claro, este siempre está dando caña”; si no la publicáis. “claro, este sólo denuncia lo que les interesa”. Si os calláis, mejor que habléis; si habláis, mejor callados.

Ocurre que muchas veces los que os etiquetan son capaces, sin sonrojarse, de hacerlo de una cosa y de su contraria. Unas veces, serás un facha sin remedio, otras, un rojo comunista; pasarás de tarambana a “asaúra”, de pro a anti, de todo a nada. Pero, bueno, es gratis. La divisa es calumnia que algo queda. Además, el etiquetado no puede ser responsable de la sandez de quien lo hace.

Siempre había pensado que el verdadero valor de las personas estaba en su comportamiento, no en la etiqueta que alguien haya tenido a bien colocarle. Siempre había creído que vivíamos en un país en el que la tolerancia era un valor universalmente aceptado y que cada cual podía expresar sus opiniones con respeto, eso sí, pero también con total libertad. Pero ahora me doy cuenta de que estaba totalmente equivocado. Finalmente, no me va a quedar más remedio que creerme aquel dicho tan famoso de que “cuanto más conozco a los hombres, más quiero a mi perro”.

La hipocresía, la falsedad, el egoísmo, la maldad se están convirtiendo en moneda corriente en nuestras relaciones. La intolerancia en el barniz que lo cubre todo y los que la practican en los mejores “etiquetadores”. Mejor les iría a los etiquetados “huir del mundanal ruido” y dejar que los inútiles y los envidiosos se hagan cargo de todo.


Diego Igeño Luque

Imagen: www.anteojito.blogspot.com

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