Coincidiendo con la celebración del Día de la Mujer Trabajadora quiero recordar uno de los capítulos menos conocidos de nuestra guerra civil: cómo la represión franquista afectó a las mujeres.
En los datos que ahora conocemos consta al menos el nombre de dos aguilarenses que fueron fusiladas en esos años: De la primera nos ha llegado los motes con los que fue conocida, Carmela “la gallega” o “la carcelera”, y una fotografía junto a un grupo de destacados socialistas. Era la esposa de Rafael Romero Leiva, encargado del depósito municipal, luego exiliado en Francia.
En Córdoba, el 17 de noviembre de 1936, fue ejecutada a la edad de 28 años Araceli Jarabo Expósito, la “Yueca.
Pero junto a ellas, otras muchas mujeres de la campiña regaron con su sangre los camposantos y las cunetas. En el término de Aguilar fusilaron, junto a su marido Fernando Valle Luque, a la fernannuñense María Jiménez Alcalde. Con toda probabilidad, ambos fueron enterrados en nuestro cementerio.
En Puente Genil, un pueblo donde la represión franquista acabó con la vida de más de mil personas, fueron asesinadas varias mujeres, entre ellas, dos grandes defensoras del régimen republicano: la matrona Concepción Jurado Cáceres, conocida con los sobrenombres de la Princesa y la Pasionaria, y Dolores Quero, esposas de los líderes socialistas Marcos y Justo Deza Montero y activas participantes en la defensa de las ideas socialistas.
Pero las muertes representaron un ínfimo porcentaje en el sufrimiento de las mujeres. A ellas les tocó vivir vejaciones y humillaciones sin fin. Muchas de nuestras vecinas fueron castigadas con la ingesta del famoso aceite de ricino y peladas al cero (a veces dejándoles un mechón del que colgaba a modo de lazo la enseña roja y gualda). Por recordar algunos nombres mencionaremos a Dolores Varo Chicano, hermana de un destacado comunista, Manuel, y de un dirigente de la Juventud Fabril, Rafael; a Ana Sotomayor, hermana del alcalde de Puente Genil Eustaquio Sotomayor; o a Rafaela Cabello, hermana del concejal socialista Antonio Cabello Almeda. Como se ve, el parentesco era una razón de peso para ser represaliadas.
Otro capítulo aún más triste es el que escribieron las viudas de los asesinados. A ellas les tocó afrontar, desde la pobreza más atroz, marginadas, sometidas al vilipendio de los vencedores, un futuro incierto. Un destacado falangista espetaba a Dolores Varo diciéndole que cuando atraparan a su hermano Manuel el cachito más grande que iban a dejar de él no sería mayor a un trozo de dedo. Obligadas a sobrevivir, cargadas en muchas ocasiones de varios hijos (en todos los pueblos los orfanatos se llenaron constituyendo los huérfanos un problema para las nuevas autoridades), tuvieron que sacar fuerzas de flaqueza para ir tirando. Aún recordamos, tanto tiempo después, el testimonio heroico de Andrea Arana, viuda del socialista Antonio Prieto, relatándonos las penalidades de los primeros años. O la fuerza indomable de algunas esposas que se negaron a firmar la muerte de su marido “por causas naturales” para poder ser consideradas legalmente viudas.
A todas ellas vale la pena recordar en un día como el de hoy. Recordarlas, reivindicar sus nombres y afirmar, con rotundidad, que ellas fueron las grandes olvidadas de la historia.
Diego Igeño Luque