En este año, se recuerda a dos grandes ídolos de la música moderna, al estadounidense Bob Dylan y al jamaicano Bob Marley, ambos con un peso significativo y con millones de seguidores; el primero cumple 70 años, el segundo, hace 30 que murió.
No queremos hacer un repaso de Wikipedia por la biografía de ambos. Tan sólo nos gustaría resaltar el peso que su música ha tenido en la vida de muchos de sus seguidores, entre los que me encuentro.
Recuerdo que mi primer contacto con las canciones de Zimmerman data de 1979 cuando yo tenía dieciséis años. Un año antes, había salido publicado un disco que luego, no sé por qué, ha quedado injustamente olvidado: Street Legal. En él, había canciones deliciosas y larguísimas para los cánones habituales como Changing of the guards y No time to think. Aunque parezca increíble, a su son, nos desfondábamos en interminables coreografías en nuestras fiestas navideñas. Pero, lo más importante es que, a través de ese acercamiento, se despertó nuestra curiosidad por una voz chillona, francamente fea, y descubrimos su extenso repertorio, en el que destacan algunas canciones convertidas en himnos para muchos jóvenes del mundo entero y que con nuestros precarios, o nulos, conocimientos de inglés tratábamos de descifrar: Blowin’ in the wind, Like a rolling stone, Blowing in the wind, The times, they’re a changin, A hard rain’s a gonna fall… Entonces, nos enteramos de que la música no sólo servía para transmitir mensajes tontainas y que las canciones con mensaje no tenían por qué ser soporíferas.
Al ritmo de las transformaciones musicales que hubo en esos años (finales de los setenta y primeros ochenta), se popularizaron en nuestro país como una auténtica revolución (musical, entiéndase) unos ritmos nacidos tiempo atrás en los que se mezclaba lo étnico, lo religioso y lo pop: así llegó el “reggae” y así entró en nosotros su “pope”: Bob Marley, acompañado de The Wailers, una especie de gurú de una forma de vida absolutamente sincrética, la rastafaria, de la que sólo nos llegaron sus símbolos externos: los peinados antológicos con grandes trenzas (rastas) y los gorros de lana con los colores de la bandera jamaicana. Oíamos, embelesados sus Lp’s (en vinilo, claro está), Exodus, Uprising y el póstumo Legend que contenían piezas míticas: Three little birds, No woman no cry, Could you be loved, etc. Pero, es que, además, Marley, no sólo cuidaba las formas musicales con un ritmo repetitivo y dulzón, deliberadamente más lento que el “reggae” al uso, sino que se dirigía a un público oprimido al que le pedía “Get up, stand up, stand up for yours Rights”. De la mano de Marley vinieron otros intérpretes del “reggae” como Eddy Grant que condenó el apartheid surafricano con su Gimme hope, Jo’anna (1990).
¿Intelectuales?, ¿ídolos de masas?, ¿visionarios? No sé, sea lo que fuere no cabe duda que nos hicieron vivir momentos irrepetibles, que nos ayudaron a forjar nuestras conciencias y que aportaron su grano de arena al “iluso” deseo de miles de inconformistas de cambiar el mundo. Ya lo decía otro de los grandes mitos del pop, John Lennon, en su alegato pacifista Imagine:
You may say I’m a dreamer
But I’m not the only one
I hope someday you’ll join us
And the world will be as one.
Diego Igeño
Imagen: www.espaciomusica.com