Javier Gallego
Trump sigue siendo Trump. ¡Oh, sorpresa! Sus primeros movimientos en la presidencia demuestran que es el mismo gañán ignorante, manipulador, xenófobo, misógino, prepotente y peligroso que era antes de ser investido. Era estúpido pensar que la toma de posesión le transformaría en un mandatario moderado, juicioso y justo. Quienes decían que la jaula amansaría a la fiera, cometen la misma ingenuidad y pasividad que ha permitido que los votantes coloquen en la Casa Blanca una bomba llamada Donald Trump.
La bomba ha estallado provocando sus primeras víctimas: la igualdad, la verdad y la justicia social. Ha recortado el Obamacare, que ya era un insuficiente programa de inclusión sanitaria. Ha suprimido el español de la web de la presidencia, primer gesto de su desprecio a la inmigración y las minorías, que ya no son tan minoritarias, por cierto y por eso las persigue este supremacista blanco. Aunque él es naranja.
Ha mentido de nuevo descaradamente, ha llamado mentirosa a la prensa crítica y le ha sacado la lengua en twitter a quienes se manifestaron en su contra en la Marcha de las Mujeres. Es un demócrata de los pies a la pelambrera, vaya. Su gabinete, que no le va a la zaga, ha negado la evidente menor asistencia de público a su investidura argumentando que hay “datos alternativos” para analizar la realidad. En adelante, a la mentira se le llamará “verdad alternativa”. O como dicen ahora, la “posverdad”.
Éste es el fascismo que nos espera. Se podría haber evitado, pero ya no es tiempo de lamentarse sino de reaccionar como han hecho las mujeres organizando una de las marchas más multitudinarias de la historia de los Estados Unidos. Como toda reacción, llega tarde. Es la acción la que evita males mayores. Pero más vale tarde que nunca y nunca es tarde si la dicha es buena. Por eso, aunque suene descabellado, Trump es una oportunidad, para la toma de conciencia contra el fascismo que ya está aquí y para una revolución popular que, como se ha demostrado en EE.UU, deberían encabezar las mujeres.
Después de la oportunidad perdida de enfrentarle contra un candidato renovador y progresista como Sanders, queda la oportunidad de levantarse, unirse y movilizarse contra Trump y contra todos los Trump del mundo. Es la oportunidad de la sociedad civil de organizarse contra la destrucción del medio ambiente y de los derechos humanos. También es la oportunidad de la izquierda mundial de recoger ese guante y dejar de darse guantazos. La oportunidad de rearmarse y reunirse. No tendremos muchas más señales de alarma. Quizá Trump sea la última oportunidad.
Y lo más paradójico e irónico, es que debemos aprender de él y de los que son como él, para acabar con lo que representan. Trump y el neofascismo conectan con las clases desfavorecidas, pero también con las clases medias depauperadas, mejor que muchas izquierdas, no sólo porque agitan instintos básicos con su demagogia y populismo, sino porque han identificado mejor los problemas de la gente y les ofrecen soluciones materiales hablándoles de tú a tú.
La superioridad moral de la izquierda, su menosprecio al rival político y sus debates sobre las esencias son percibidos por muchos votantes como distancia, paternalismo y condescendencia. En Estados Unidos muchos ven a las estrellas mediáticas que ahora se movilizan contra Trump como a una banda de privilegiados que no les representan. Hay que hacer mucha pedagogía social para que la política del pueblo llegue al pueblo.
Trump se preguntaba dónde estaba todos esos manifestantes el día de la votación. No le falta razón. Aunque más personas votaron a Clinton, lo cierto es que no fueron suficientes para tumbarlo. A menudo tenemos que dejar que ocurra lo peor para sacar lo mejor de nosotros mismos. Esperamos el día en el que saquemos lo mejor para evitar lo peor. Mientras tanto, hay que aprovechar la oportunidad que se nos brinda. No hay Trump que por bien no venga.