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Diego Igeño.

En estos días en que queremos estar hiperinformados he leído en la prensa algunos titulares que han captado mi atención. Uno de ellos decía literalmente lo siguiente: “La pandemia golpea más a los que menos tienen”. Vaya chorrada. ¿Es esto algo nuevo en la Historia? Todo, absolutamente todo, golpea más a los que menos tienen: las hambrunas, las epidemias, las crisis económicas, las guerras, la violencia sexual, incluso el día a día. Esto ha sido siempre así y lo seguirá siendo. El problema es que tras muchísimos siglos nadie ha arbitrado ninguna medida eficaz para que esto no sea una ley universal, casi con toda seguridad porque muchísimos viven de la desgracia, de la miseria de los demás. No estamos hablando de que no haya diferencias sociales, pero sí al menos que se vacíen las bolsas de pobreza, que seamos capaces de construir una sociedad amable para toda la humanidad, que, como decía Julio Anguita en sus últimas declaraciones, sea válida para los 7.500 millones de habitantes del planeta tierra ¿Una utopía? Probablemente.

La segunda, una afirmación del ex-presidente Barack Obama: “Esta pandemia cuestiona la idea de que muchos líderes saben lo que están haciendo”. Según mi opinión, esta que atravesamos no es, desde ningún punto de vista, una de las mejores etapas que hemos vivido en las últimas décadas. Es tristísimo ver cómo individuos como Bolsonaro, Trump, Putin, Johnson, etc. están al frente de países poderosos cuando se duda muchísimo de su capacidad intelectual y/o de su salud mental. Con estos mimbres, quién piensa que la mayoría de los líderes saben lo que hacen. No sólo están demostrando improvisación e irresponsabilidad con la covid 19, sino también en otros muchísimos aspectos para los que deberían de estar mejor dotados.

Mientras tanto, los filósofos siguen a lo suyo: pensando. El alemán Peter Sloterdijk recupera un concepto muy apropiado: el regreso a la frivolidad. Últimamente oímos mucho los conceptos de “vuelta a la normalidad” o de “nueva normalidad” -de los que incluso la publicidad se ha apropiado-, trufados con una moralina de cursillo de cristiandad en la que se habla de una catarsis colectiva surgida de la pandemia que nos hará a todos mejores, con ganas de abrazar y besar a todo el mundo, de hacer el bien, etc.; pues bien, él, Sloterdijk, habla sin embargo, de regreso a la frivolidad y dice que no va a ser fácil. En efecto, nos hemos habituado a una actitud frívola en la que no hay sitio para lo esencial, sólo para lo banal: lo demostramos día a día con nuestros hechos. Es exigible, y retomo a Julio Anguita, un esfuerzo tremendo de la sociedad, hacer bandera de la austeridad y aprender a vivir de otra manera para que todos podamos vivir bien y para que los que nos sucedan tengan dónde vivir.

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