Un tórrido verano. Sirley Valentine…En busca de la felicidad

Carmen Zurera Maestre

Cuando vi la película de “Sirley Valentine” (1989) se me quedó grabada una frase que he recordado muchas veces a lo largo de mi vida. Ni siquiera sé si es literal porque hace demasiado tiempo que la vi, pero se me quedó el concepto.  Venía a decir que “nuca los sueños están donde una los imagina”.

He tenido la certeza de haber culminado etapas complejas, duras o dolorosas que una vez superadas, me han supuesto una satisfacción personal digna de una campeona de cualquier disciplina.

Cuando algún proyecto sale bien, cuando alguna amenaza es sorteada por tu pericia o una acertada decisión, Cuando alcanzas alguna meta que te has propuesto…dura tan poco esa sensación de bienestar o de alegría. Enseguida el cauce de la vida te lleva a lugares menos gratos y esa sensación de impulso emocional se va diluyendo como el agua entre los dedos.

Recuerdo a Sirley Valentine sentada frente al mar, después de haber abandonado su vida anodina de ama de casa, en la que no era valorada, ni siquiera visibilizada, por sus hijos y su marido. Que decidió largarse sola a Grecia con cincuenta y tantos años, sin experiencia ni dinero. Que tuvo que ponerse a trabajar, a pesar de haberlo hecho toda la vida sin cobrar. Que se dejó embaucar por un griego enamoradizo diciéndole que sus arrugas eran bellas porque eran “cicatrices de una vida”. Que descubrió que aquel discurso era utilizado por ese hombre para engatusar a otras turistas desilusionadas como ella; que cuando se sentó frente al mar, después de una jornada extenuante de trabajo, descubriendo un atardecer increíblemente hermoso, sintió que tampoco allí estaba su sueño, ni su felicidad.

Los sueños. La felicidad. Vivir. La realidad…

Qué relativo es todo. Qué simple y a la vez qué difícil de comprender. Estamos hastiados de leer frases en Internet o en cualquier libro de autoayuda en la que nos aclaran que “la felicidad no está en la meta sino en el camino”. También nos muestran que el dinero o el poder no da la felicidad (aunque ayuda) y que lo que más se asemeja al bienestar es sentirte útil para los demás. UTIL Y AMADA O AMADO. Me pregunto muchas veces: ¿Somos útiles para que nos amen o nos aman porque somos útiles?

Qué más da, yo sigo buscando mi sentido en un mundo que cada vez me resulta menos comprensible. Lo que sí he decidido es que quiero ser consciente, y que tal vez esa consciencia no me lleve nunca a un estado de felicidad como el que cinematográficamente nos han vendido. Yo prefiero la realidad que Andrés Aberasturi me mostró en el libro que escribió, dedicado a su hijo con parálisis cerebral: “Cómo explicarte el mundo Cris”, en el que decía: “El mundo no es hermoso, aunque tal vez se pueda vivir hermosamente sin necesidad de engañarse…” También decía con respecto a la discapacidad de su hijo “…Puedo admitir esa realidad y hasta amarla y asumirla y abrazarme a ella desesperadamente, pero de ninguna forma aceptarla sin más.

…Pues eso, quizás no descubra nunca el sentido de las cosas y mi razón de ser esté en una continua búsqueda, porque no puedo admitir, de ninguna forma, que la realidad sea la que es, o la que se nos muestran.

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