Hubo un tiempo, más o menos feliz, en el que la imagen más señera de un Viernes Santo, que pasaba con más gloria que pena, era degustar las codiciadas gambas entre un grupo de amigos en algunas de las mesas del “tuta” en el Llano.
No es difícil imaginarse esos tiempos de gloriosa juventud en el mundo de luces, ritmos y costumbres en las que se desenvolvió la generación que constituye hoy en día el eslabón último de la cadena que une a hijos y nietos con el pasado más inmediato.