
Eran los últimos años de la década central del siglo XX y la monumental Plaza de San José mantenía aún su fin originario como recinto del Mercado de Abastos del pueblo para lo que fue creada en 1810. Y llegado los meses del verano, resaltaba en ella la figura del melonero como parte esencial del paisaje estival. Estos trabajadores, dedicados al cultivo, cosecha y venta del melón, representaban una forma de vida marcada por el esfuerzo, la sencillez y la estrecha relación con la tierra.
Por ello, una de las imágenes más recordadas de la época era la de los meloneros ambulantes, que recorrían pueblos y ciudades vendiendo su producto en los Mercados, en carros tiradas por mulas o en pequeños motocarros. Anunciaban su llegada con gritos característicos:
“¡Melones frescos, dulces como la miel!”
En una época en que la industrialización apenas comenzaba a transformar el campo, los meloneros eran símbolo de una economía rural autosuficiente, basada en el trabajo manual y en la venta directa. Su actividad contribuía a sostener a numerosas familias y mantenía vivas las costumbres agrícolas tradicionales.



