
Poder contemplar el Llano de las Coronadas en la mañana de un Viernes Santo de los años 60 del pasado siglo XX es entregarse a un canto de luz y color que anuncia la flamante primavera.
El aire parece recién estrenado, y cada flor, cada reflejo, guarda la promesa de un tiempo detenido. Estas primeras fotografías en color son testigos de aquel instante: un romántico paseo en los años sesenta, una mañana de Viernes Santo en que el sol despertaba manso sobre los campos, y la vida, en silencio, parecía celebrar su propia eternidad



