Diego Igeño Luque
Desde mi ventana hace años veía unos cuantos árboles que hacían mi vida más agradable. Hoy me asomo y solo encuentro un feo edificio sin hálito que ocupa su lugar. Es el sino de los árboles de este pueblo, desaparecer. Eso ha sucedido en otras calles, en otros espacios. Y no parece preocuparle a nadie. ¡Qué lástima! Parece que no tenemos asimilado que la naturaleza es belleza y vida, que con cualquier atentado que le hagamos, nos infligimos el daño a nosotros mismos, al planeta entero y, por extensión, a toda la humanidad.
Comprobamos cómo se nos llena la escena política de ecologistas de salón que difunden en sus programas y con sus sucias bocas consignas grandilocuentes pero vacuas. Porque, a diario, apreciamos que las políticas van en sentido contrario a la defensa del medio ambiente. No han sido capaces de hacer cumplir los protocolos que impidan la emisión de los gases que provocan el efecto invernadero, no han conseguido que las depuradoras de aguas residuales sean una cotidiana realidad, no han buscado alternativas reales, limpias y sostenibles a los carburantes fósiles y así un largo etcétera. Me temo que mientras los intereses de las grandes multinacionales sean los que son (el dinero por encima de todo), su poder sea superior al de cualquier estado y sigan funcionando las puertas giratorias que permiten que los que nos gobiernan, cuando cesan en sus funciones, encuentren muelles acomodos en sus consejos de administración, el verdadero cambio ecologista no será posible. Hoy me ha sorprendido lo que he oído en una película del año 1976, Network de SidneyLumet, en el alegato del dirigente de una gran compañía: “No existe América, no existe la democracia, solo existen la IBM, la ITT, la AT&T, Dupont, UnionCarbide y Exxon. Esas son las naciones del mundo de hoy día. Ya no vivimos en un mundo de naciones e ideologías. El mundo es un colegio de corporaciones […]. El mundo es un negocio. Lo ha sido desde que el hombre salió arrastrándose del barro. Y nuestros hijos vivirán para ver esto”. Pensaba que esto era cosa del mundo actual, que los hilos de las marionetas que somos los mueven las grandes empresas desde hace relativamente poco, pero ese poder espurio ya existía desde mucho tiempo atrás y muchos visionarios veían las cosas muy claras y las denunciaban. Pueden leer el Canto General de Neruda para verificarlo. Y eso que antaño existía el contrapeso de los países comunistas que hacía que el capitalismo salvaje midiera bien sus pasos.
Mientras tanto, hoy en día, ajenos a cualquier lucha, nos resignamos impávidos a legar un futuro imperfecto a las próximas generaciones sin valorar que de ellas formarán parte nuestros hijos y nietos. ¡Qué les den! No pido el grado de compromiso de la pequeña Thunberg, pero al menos no seamos perezosos ni rácanos al aportar nuestro granito de arena, pues, parafraseando a Neil Amrstrong “un pequeño paso de cada uno de nosotros puede ser un gran salto para la Humanidad”.