diego 1 - copiaSi hay algo que me está llamando poderosamente la atención de esta campaña electoral es la constatación de que mi tiempo ha pasado, de que me he convertido en miembro de una generación expirada, cumplida, caduca. No sé si es cuestión de marketing, de telegenia o de venganza, pero lo cierto es que detrás de ello se ve una estrategia bien definida que ha condenado al ostracismo a varios grupos de edad, aquellos que o pintan canas o están próximos a hacerlo. Hoy, como nunca, la juventud es un valor utilizado al alza. Buena “culpa” de ello la tienen probablemente los nuevos grupos irrumpidos en el panorama político patrio que, con líderes bisoños, han seducido a un buen puñado de votantes. De este modo, las candidaturas se nos llenan de muchachos y muchachas de recia formación académica, aunque con escasa o nula experiencia política. Los discursos de los mitineros se esfuerzan en completar frases que identifican juventud con virtud. Todo ello es muy loable, necesario, tal vez, para refrescar una sangre enfermiza o para desvincularse de la oprobiosa herencia que acompleja a los partidos tradicionales. El problema viene cuando se transmite la sensación de que todo aquel que ha dejado escapar ese dulce pájaro está ya desacreditado para el servicio público, para el esfuerzo que requiere entregar parte de tus energías en comprometerte con el desarrollo y el bienestar de tu pueblo. El problema nace cuando queda la sensación de que por el mero hecho de cumplir años, tus ideas están oxidadas, inservibles, que ya no tienes la capacidad de aportar nada novedoso en beneficio de tu comunidad. El problema aparece cuando se piensa que tampoco tienes el ímpetu necesario para querer y poder cambiar las cosas, que sólo te resignas a ver pasar el tiempo, sumido en un embotado letargo del que eres incapaz de salir.

¡Craso error! Nada de ello es así. Quienes diseñan esa estrategia olvidan que el poso de los años es el que cimienta la ecuanimidad y la templanza, cualidades necesarias en cualquier faceta de la vida; que también decanta la claridad de unas ideas fraguadas en el arduo día a día; y que, por último, genera la seguridad, responsabilidad y entusiasmo precisos en su defensa. Quienes gestan esa discriminación no saben que detrás de cada arruga hay una batalla emprendida, algunas ganadas, muchas perdidas, pero todas convertidas en aprendizaje. No se dan cuenta de que la adecuada proporción de los ingredientes es la garantía que lleva al éxito.

(Releyendo lo arriba escrito me doy cuenta de que a lo mejor todo ha sido soñado, que esa meditada táctica nunca ha existido o que he confundido churras con merinas porque, si analizamos cada una de las formaciones que se disputan los diecisiete asientos del Consistorio, la mayoría de ellas están encabezadas por miembros de esa generación expirada, cumplida, caduca…. Efectivamente, quizás todo ha sido un sueño).

Diego Igeño Luque

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