Clara Alonso Jiménez
Responsable de Comunicación de IU
Estos días, y en alguna medida como consecuencia del debate en Podemos en torno a Vistalegre II, muchas firmas se han dedicado a escribir sobre Izquierda Unida (IU) y su coordinador federal, Alberto Garzón. Pocas veces con exactitud.
Y es hora de romper falsos mitos (a falta del apoyo de los grandes medios, el tiempo es quien nos da la razón): Ni IU ha desaparecido, ni ha sufrido los procesos químicos (disolución, fusión…) que nos han ido achacando en los tres últimos años. Tampoco Garzón ha entregado las llaves de IU para irse a Podemos. Ni la militancia ha huido. Todo lo contrario. En el momento más crítico, en las elecciones del 20-D, su movilización y trabajo permitió alcanzar un histórico millón de votos.
Frente a todas estas opiniones se hace necesario explicar el trabajo real de IU. Tenemos que ser nosotras quienes contemos nuestra política, huyendo de relatos tendenciosos construidos desde fuera. Antonio Gramsci decía que para construir un movimiento que tienda a sustituir el sentido común y las viejas concepciones del mundo no hay que cansarse nunca de repetir los argumentos.
¿Alguien ha contado la profunda renovación de la dirección de IU? El nuevo equipo que trabaja día a día con Alberto Garzón –de 35 años de media–, planteó en 2016 cambios de raíz para la organización que eran necesarios, como la posibilidad de revocatorios a todos los cargos o los mecanismos de control y seguimiento de una dirección colegiada integradora. Su propuesta fue un éxito y obtuvo el apoyo de más del 75% de la militancia en la XI Asamblea.
¿Alguien ha contado aquella inyección de democracia radical y transparencia? Se votó por primera vez a través de un sistema de sufragio universal y se introdujeron dinámicas participativas inéditas en otros partidos. Fue un proceso con una participación interna sin precedentes.
¿Alguien ha contado qué ha cambiado en IU desde que llegó el equipo de Garzón? Algunos, de forma interesada, siguen hablando de la IU de 2014, la que veían antes de la creación de Podemos, atascada en cómo hacer las cosas. Desde 2016, la definición de qué queremos hacer ha permitido concretar las líneas de trabajo y avanzar. Cada mes, con paso más firme. Hoy podemos afirmar con rotundidad que IU es de nuevo una herramienta útil para el cambio.
En nuestra historia reciente se suele hablar de quienes han dejado IU, pero pocas veces de quienes nos hemos quedado. A mí me gusta contar que la primera vez que me preguntaron por qué continuaba en esta organización contesté en un segundo y de manera clara: Porque soy marxista. Y no por el folclore, las siglas y las banderas. El marxismo aporta un análisis de clase que pone siempre en el centro las condiciones de vida y trabajo, lo material, y la necesidad del bien común y el interés colectivo por encima de la riqueza acumulada por unos pocos. Y esa conciencia no hay que perderla en un país como España, en el que las tres personas más ricas poseen la misma riqueza que el 30% más pobre.
Por ello, es fundamental que en el espacio del cambio que se está construyendo participe la izquierda marxista. Y no para mirar al pasado o vivir en un rincón de la política. Sino para que esa perspectiva esté siempre presente.
Y hay un segundo motivo por el que me quedé en IU: Porque entendía que el proyecto de radicalidad democrática al que aspiramos –en nuestra organización y en el país– era posible hacerlo tan solo desde la ética de la convicción y una nueva cultura política, como señala siempre Antonio Maíllo.
Desde esta ética de la convicción, la dirección de IU tiene ahora un mandato claro de su militancia: “Constituir una organización más ágil, rápida, democrática y eficaz que trabaje para conformar un verdadero movimiento político y social que vaya más allá de IU”.
Para ello, trabajamos en dos líneas. La primera es la organización del conflicto, que es mucho más que la manifestación clásica. Significa hacer política codo con codo, no desde un púlpito: Generando redes de apoyo, cuidados y comunidad con la gente que más sufre las consecuencias de la crisis. Y la segunda, la apuesta por la consolidación de ese bloque del cambio, de espíritu constituyente y necesario para ganar este país.
En resumen: Las necesidades de la gente están por encima de las siglas de cualquier partido y hay que pensar siempre en lo estratégico, teniendo como horizonte un proyecto de país. Son estas ideas las que orientan nuestro día a día. Y lo van a seguir siendo, por mucho que nos vendan que nos iría mejor en solitario y que saldríamos más en los medios de comunicación.
Falsos mitos de ayer: Anguita y la Transición
En relación a los falsos mitos que comentaba al principio del artículo, es inevitable recordar el relato que se creó en torno a Julio Anguita. Cuando empecé a militar en IU, las primeras veces que iba a la sede, pasaba las horas mirando los viejos dosieres de prensa. Siempre me llamó la atención la hostilidad con la que determinados periódicos trataban a Anguita. Eran los años noventa, tiempos en los que IU denunciaba el proyecto europeo que hoy hace agua, y en los que era la voz honesta de crítica dura al PSOE de la corrupción, los GAL y los recortes.
Hay un hilo que conecta aquellas portadas, editoriales y artículos con los de hoy: además de las firmas –muchas siguen siendo las mismas–, entonces también primaban la caricatura del líder frente al análisis político. A Anguita, trataron de desdibujarle acusándole de radical comunista, de loco quijotesco. Hoy, a la dirección de IU, de entreguismo a Podemos.
Pero también hay otros hilos, nuestros ‘hijos rojos’, los que unen el NO a Maastricht con el NO al 135 y a la Ley de Estabilidad Presupuestaria, o los que conectan el SÍ al Estado Social con el SÍ a la nacionalización de las eléctricas. Hay muchos más ejemplos, pero lo importante es entender que la conexión va más allá de políticas puntuales: Tiene que ver con una cultura política. En concreto, la cultura política que dio origen a IU en 1986, pero también con la que inspiró la lucha contra el franquismo y la denuncia de las insuficiencias de la Transición.
Vázquez Montalbán, que puso nombre a mi asociación de estudiantes, fue uno de los más destacados críticos de la Transición en un tiempo en el que el mundo de la Cultura se debilitaba como contrapoder. Montalbán escribió en 1978 un artículo publicado en la revista ‘La Calle’ titulado ‘Hace un año que yo tuve una ilusión’. Explicaba que si saliera a preguntar por el primer año de la democracia suarista –al inicio de la Transición– “con el micrófono o la libreta y el bolígrafo a la calle […] podríamos todos, absolutamente todos, convenir que la democracia española no entusiasma por una serie de características de origen y desarrollo”. De hecho, Montalbán denunció con claridad en aquel artículo que esta democracia de hoy “nace basándose en todas las ordenaciones franquistas, con lo que evita la ‘catarsis de ruptura’ que hubiera hecho cómplices a las masas de una nueva situación”.
Siempre hay voces que nos avisan antes que nadie de los incendios. Vázquez Montalbán, comunista, y tantos militantes antifranquistas de entonces, comparten con nosotras el haber sido criticados también por salir de los límites que impone el relato-mito y la Cultura de la Transición. Y hoy, que los buques insignia de esta Cultura han salido a atacar a la nueva dirección de IU, conviene recordarlo.
Hoy retomamos su memoria. Quienes defendemos la política desde la ética de la convicción, estamos cansadas de que nos den lecciones de decoro y responsabilidad institucional, de amnesia, razón y corrección de Estado. Por eso seguimos trabajando y tejiendo con todos esos hilos rojos, que conectan lo que fuimos con lo que somos y con lo que queremos ser. No para resistir –que las simplificaciones a día de hoy abundan–, sino para ganar un nuevo país. Y no tenemos tiempo que perder: Las emergencias sociales son demasiado grandes.