Memoria de un hombre

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RAFAEL RUIZ

Si la primera línea de cualquier texto es la difícil, esta lo es el doble. Andrés Ocaña fue el alcalde, un político de los de verdad, pero también un amigo de los que guían los pasos y una fuente de amarguras. Todo mezclado, a la vez, muy loco. Como era Andrés, capaz de que lamente su temprana y triste muerte quien tantas veces quiso tirarlo por la ventana. Fieramente humano, excelsamente imperfecto. Como ha escrito Luis Pérez-Bustamante, exdirector de El Día de Córdoba, tuve el honor de discutir con él.

No se va a decir aquí nada que ustedes no sepan. De hecho, lo niego todo. Andrés Ocaña fue un hombre clave de la ciudad de Córdoba, de su vida política, durante muchos años. Desde que entró en la lista de IU de 1995 para llevar los asuntos culturales hasta su salida de la Alcaldía en 2011. Mucho tiempo que desmiente que el poder corrompe. Disculpen, solo lo hace con quien se deja llevar, con quien empieza a relativizar las cosas. Se podrán decir muchas cosas de Andrés Ocaña pero nunca que se llevó un duro que no fuese suyo.

«Se podrán decir muchas cosas de él, pero nunca que se llevo un duro que no fuese suyo»

No hay asunto de todos esos años que no llevase, en mayor o menor medida, su firma. Fajador, a Andrés Ocaña lo llamaban siempre cuando las cosas se atascaban. Para los asuntos grandes y pequeños. Para los que eran de su estricta competencia y para los que no formaban parte de sus obligaciones. En caso de duda, Andrés. Esa era la norma que ahormó su carrera política.

Andrés Ocaña negociaba horas la ubicación de un contenedor, la apertura de una caseta de Feria, la disposición del acerado de una calle, la redacción final del Plan General, la política de vivienda pública. Si Rosa Aguilar fue el símbolo, Andrés Ocaña fue la materia. Eso contribuyó a crear esa fama de gestor oscuro, ajeno a los focos, que tanto le jorobaba (¡claro que quería ser protagonista de las cosas que hacía!). Eso generó también un personaje que no es como los de ahora. En esta época donde no hay verdad ni mentira, sino ese híbrido llamado posverdad, la moda son los políticos «blandiblú», con poca información pero mucha pose de cara a la galería. Adiestrados en el arte del titular y en la ciencia de darle la razón a la gente. El fallecido regidor tenía la costumbre de no concederle a nadie ese privilegio en la primera cita.

«El exalcalde de Córdoba fue un pata negra de la izquierda ni un iluso no un fanático»

El exalcalde de Córdoba fue un pata negra de la izquierda pero ni un iluso ni un fanático. Si algo intentó, es que IU fuese un instrumento aceptable para la mayoría. Que las ideas llegasen en formas moderadas, comprensibles y didácticas. Maestro al fin y al cabo, le faltó la tiza y la pizarra para hacerse entender. Lo fácil hubiera sido entregar la cuchara e irse al PSOE pero siempre se negó. No estaba en su tradición como no estuvo nunca la estricta disciplina. Ocaña hizo su particular transición. De ser el sector duro que le complicó las cosas a Herminio Trigo, apoyó a Gaspar Llamazares en su intento de una organización autónoma, ilustrada, con amplitud de muras y autónoma del PCE. Fue, en ese sentido, un sentimental que defendió la vigencia de su organización política hasta el último momento.

Cada bandera a media asta está plenamente justificada en la hora del fallecimiento de Andrés Ocaña. No hay minutos de silencio que devuelvan las horas que el exalcalde entregó a su ciudad a costa de su familia y sus amigos. Hasta la amargura y la incomprensión que afrontó, imagino, plenamente consciente de lo que se le venía encima: la etapa terminal de un proyecto político exitoso. Solo cabe ya dar el pésame a los deudos de un hombre para el que la política fue una extensión de la vida o viceversa. A ellos corresponde el legado y la memoria de Andrés quien, quiero pensar, hubiera llamado en cuanto apareciese este artículo para pedirme explicaciones concretas sobre una frase antes de mandarnos mutuamente al mismísimo carajo.

ABC.

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